Abstract
La energía ha jugado un papel indispensable en el desarrollo humano. A lo largo
de la historia se ha procurado asegurar su disponibilidad como requisito para la
supervivencia. En los últimos siglos la energía también ha significado la base de
una evolución tecnológica de la mano de un progreso económico, social y cultural,
lo que ha aumentado la demanda energética mundial en forma sostenida a una
tasa alarmante, pero gracias a la disposición de ingentes cantidades de recursos
en su mayoría de origen fósil, el ser humano ha suplido esta necesidad de
energía, no obstante este contexto muestra desde hace años señales de
agotamiento.
La oferta de energía se ha desarrollado básicamente y en gran parte a partir de
fuentes de energía tradicionales (combustibles fósiles e hidroelectricidad), esta
situación ha generado una extraordinaria vulnerabilidad energética a causa de
derivados tanto del carácter intrínsecamente finito de los recursos fósiles
(limitación de las reservas), agravado por factores climáticos (sequías) y las
exigencias sociales para que se limiten los impactos ambientales de las
actividades energéticas.
En este orden de ideas, el mercado energético ha entrado en una etapa de
incertidumbre a causa del incremento de la demanda de los países emergentes y
la creciente dificultad en lo que respecta al consumo de los combustibles fósiles y
el impacto que causan al medio ambiente. Asimismo, existe un elevado consenso
entre la comunidad científica acerca de que la acción del hombre es una de las
principales causas del cambio que se está produciendo en el clima del planeta y
que, dentro de esa acción, la responsabilidad de las actividades energéticas es de
primer orden.