El 70% de las calderas que operan en Colombia se concentran en zonas residenciales, comerciales e industriales densamente pobladas, las cuales congregan un número importante de ciudadanos que están expuestos a múltiples riesgos, que pueden dar lugar a incendios, explosiones, lesiones personales, muertes, graves deterioros a bienes materiales y al ambiente. Estos riesgos, de no ser controlados o eliminados pueden generar, además de pérdidas de vidas humanas, costos demasiado altos que comprometen seriamente el presupuesto de la industria nacional en este sector [1].