Abstract
Justo tenía entonces tan solo 19 años y de alguna forma ya estaba en los escalones más altos del mundo artístico en el que se movía. Pero quería más, principalmente espoleado por los saxofonistas de jazz, quienes desarrollaban melodías “que se movían libremente, como un pajarito cuando sale de su jaula”. Y había un hecho importante que no se podía dejar pasar por alto: tenía la visa estadounidense de residente, es decir, podía ir cuando quisiera a Estados Unidos y radicarse allá. De hecho, si no iba pronto, perdería dicho beneficio. Específicamente menciona a dos personas que lo animaban a irse: Chucho Fernández, el empresario de la Cumbia Colombia que lo había llevado por primera vez, y su gran maestro Antonio María Peñaloza