Abstract
Hacia la mitad del siglo XVIII Benjamín Franklin demostró por primera vez la
naturaleza eléctrica del rayo. Elevando una cometa en medio de una tormenta
eléctrica y conduciendo una descarga hasta un condensador (botella de
Leyden), demostró que había almacenado algo que presentaba el mismo
comportamiento que las cargas eléctricas (que se generaban en esa época por
fricción). Simultáneamente en otros lugares del mundo se realizaban
investigaciones similares como la del científico ruso Giorgi W. Richman, quien
pereció electrocutado en una de sus pruebas.
Más tarde, el mismo, B. Franklin inventaría el pararrayos, para defender las
edificaciones y personas de los efectos del rayo.
Cuando a principios del siglo XX, aparecieron las primeras líneas de
transmisión, volvió el rayo a causar problemas que representaban grandes
perjuicios al transporte de la energía eléctrica; desde entonces comienzan
proyectos de investigación de gran magnitud.
En 1905 se reportan ya estudios fotográficos de las descargas atmosféricas
realizadas con una cámara móvil (ref.1). Vienen luego los proyectos donde se
miden gradientes causados por la carga de las nubes (1920, ref.2), se utilizan
el Klidonógrafo (1924, ref.3), el oscilógrafo (1928, ref.4) y muchos otros medios
para un estudio detallado de la descarga atmosférica y su efecto en los
sistemas de potencia eléctrica.
Con la construcción, en los años veinte, de las primeras líneas de 220 kV, se
comienza a hacer evidente la necesidad de un estudio detallado de los
proyectos específicos, debido a la gran repercusión que podrían tener sus
salidas de servicio.